hay un incendio de luz al final del agua,
aquí, mientras dura el invierno, cubro tu rostro
todos los domingos con una piel antigua
y celebro el universo constante de amapolas
que construyo, por ejemplo,
al verte florecer en actitud de triunfo por la espina dorsal de la vida
o cuando descubro la magnitud de tu ausencia
y mi sombra desdibuja tus perfiles.
Sé que soy más que el aire
pero menos que el instante de cristal que te recuerda
porque siempre me sorprendes cuando escucho a lo lejos
un paisaje de violines de sal
que navega por la orilla de las palabras que se hunden entre mis dedos,
y que viajo por el océano
a bordo de un barco de papel en blanco
que naufraga
como hieren los poemas sin ti.
No te alejes nunca de mi norte;
no soy yo quien te convoca esta vez:
es el agua.
Es como si toda el agua del mundo te hubiera elegido
entre millones de recuerdos universales.
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