viernes, 9 de septiembre de 2011

Cada quince minutos...

Porque cada quince minutos 
hay un incendio de luz al final del agua,
aquí, mientras dura el invierno,  cubro tu rostro
todos los domingos con una piel antigua
y celebro el universo constante de amapolas
que construyo, por ejemplo,
al verte florecer en actitud de triunfo por la espina dorsal de la vida
o cuando descubro la magnitud de tu ausencia
y mi sombra desdibuja tus perfiles.
Sé que soy más que el aire
pero menos que el instante de cristal que te recuerda
porque siempre  me sorprendes cuando escucho a lo lejos
un paisaje de violines de sal
que navega por la orilla de las palabras que se hunden entre mis dedos,
y que viajo por el océano
a bordo de un barco de papel en blanco
que naufraga
como hieren los poemas sin ti.
No te alejes nunca de mi norte;
no soy yo quien te convoca esta vez:
es el agua.
Es como si toda el agua del mundo te hubiera elegido
entre millones de recuerdos universales.

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